miércoles, 14 de septiembre de 2016

E2. ARQUITECTURA MODERNA Y ANTIGUA

NÁPOLES. CAPITAL DEL MEDITERRÁNEO

La explosión de la modernidad 

El arte contemporáneo en Nápoles está por doquier. En el centro, en la periferia, en fábricas abandonadas, en espacios alternativos, en paradas del metro y en una miríada de pequeñas galerías que han visto la luz en los últimos años.


Un recorrido en la ciudad del siglo XX conduce, entre tantas emergencias urbanísticas y arquitectónicas dignas de mención, hasta las arquitecturas racionalistas de la Mostra d’Oltremare, con el parque y las estructuras deportivas y expositivas; a poca distancia, la Città della Scienza testimonia la recuperación de estructuras de arqueología industrial y la originalidad de una tradición científica que se renueva.

Insólita y sorprendente, por último, la exploración de los nuevos lugares del arte contemporáneo: edificios monumentales como el PAN, Palazzo delle Arti Napoli, el Madre, Museo di Arte Contemporanea Donnaregina, un ejemplar único admirado en todo el mundo como las estaciones de arte del metro, ilustran tangiblemente los horizontes originales de una política cultural finalmente previsora.

El Madre – Museo d’Arte Contemporanea Donna Regina ha sido galardonado como mejor museo de Italia por la revista especializada Artribune. Su director, Andrea Viliani, se sistema la bufanda y se enciende un cigarro, que ni toca mientras habla. “El museo es un intelectual público, un lugar de participación activa de la comunidad”, recalca. “En este momento, es fundamental que la cooperación del Madre abarque el entero Mediterráneo, ya que Nápoles actúa como cremallera entre el norte y el sur”. Pese a su proyección internacional, el museo también tiene la mirada puesta en el fermento artístico de la ciudad. “La conciencia de que Nápoles y la región Campania han sido la encrucijada del arte contemporáneo a partir de 1965 está muy presente en toda la colección”, según el director. “Queremos reflejar el encuentro entre los artistas que vivían aquí y los que venían para explorar la vitalidad del territorio. Nápoles es una tierra acogedora, de confines, de cruce”, añade.

El arte contemporáneo actúa también como vector de cambio de las periferias, como quiere demostrar el CAM – Casoria Contemporary Art Museum, a unos dos kilómetros del aeropuerto de Nápoles. El espacio blanco, en el sótano de una escuela, cuenta con una colección permanente de más de mil obras y dedica una sección especial a los artistas locales. Pese a su empeño para revalorizar el entorno, el museo sobrevive entre muchas dificultades. El testimonio de estas luchas está en la sala central de la exposición, donde se encuentran las cenizas de algunas obras donadas al museo y quemadas por el director en protesta contra el recorte de ayudas públicas para el arte.


Vida y muerte

Pese a la hora temprana de la mañana, el mercado de Forcella, en las calles cercanas a la estación central de trenes, ya es una aglomeración de música de cantantes neomelódicos, que sobresalen de las portadas de sus álbumes con sus pantalones apretadísimos rosa y las camisas abiertas hasta mitad del pecho. Desde distintos estéreos, salen canciones en napolitano que hablan de amores que atormentan, de chicas inalcanzables y también de honor y de la dura experiencia de la cárcel. Estas voces se mezclan con los aromas del café recién molido y el de las ollas de aceite hirviendo a todas horas; con estafadores que esconden una bolita debajo de tres vasos en el intento de enganchar algún transeúnte inocente en sus apuestas; con vestidos para niñas por seis euros que rebozan de rosas, volantes y diamantes postizos. Los puestos de ropa de segunda mano han cambiado nombre y ahora prefieren catalogar sus productos como vintage. Antaño este barrio era tristemente famoso por algunos de sus inquilinos, miembros de las más despiadadas familias camorristas de la ciudad. Hoy casi no hay rastro evidentes de actividades ilegales, a excepción de los cigarros de contrabando que se venden en cualquier esquina.

A medida que se avanza hacia el laberinto de callejuelas del casco antiguo y de los barrios españoles, se incrementa el número de motorini, motos que corren con dos o tres pasajeros debajo de filas de ropa tendida, ante los ojos de hombres sentados a fumar en las puertas de casa. A menudo van sin casco y, alguna vez, incluso hablan por teléfono mientras conducen. Pequeños nichos de las paredes abrigan estatuas de almas en pena que arden entre las llamas del infierno.

Andar por las calles de Nápoles significa hundirse en una bulliciosa oda a la vida, pero a cada paso la muerte también está presente. La peculiar relación entre los habitantes de la ciudad y los difuntos llegó a causar el cierre durante muchos años del Cementerio de las Fontanelle. A finales de los años Sesenta, la Iglesia católica decidió echar el cerrojo a esta cueva que alberga los restos de unos 40.000 esqueletos debido al fetichismo de los parroquianos, que solían adoptar (y adorar) una calavera a cambio de protección. El camposanto volvió a abrir al público en 2010 para los que quieran rendir homenaje a calaveras ilustres, como la de Donna Concetta, que, a diferencia de las demás, no está cubierta por polvo. La tradición sugiere apoyar una mano en su cabeza y expresar un deseo. Si se baña, Donna Concetta lo convertirá en realidad.


Fervor bajo tierra

Muy pocas ciudades pueden ostentar la existencia de una urbe paralela debajo del asfalto. La inmensa red de galerías subterráneas y cisternas que ocupa las entrañas de Nápoles queda en gran parte inexplorada. Cuarenta metros por debajo del casco antiguo se accede a Napoli Sotterranea, un recorrido que permite descubrir el distinto uso que los habitantes de la zona hicieron del subsuelo, desde el acueducto de época romana hasta un refugio de los bombardeos durante la segunda guerra mundial. El paseo culmina con la visita a un teatro greco-romano del siglo II, que se encuentra en la casa de una señora mayor. Literalmente.

El subsuelo de Nápoles también esconde joyas de arte contemporáneo. El proyecto Metro del Arte, destinado a que distintos artistas dieran una nueva imagen al transporte público ciudadano, arrancó a finales de los años Noventa, pero las obras aún no han acabado. El orgullo de la red metropolitana es la parada Toledo, elegida por el periódico británico Daily Telegraph como la más bella del mundo. El proyecto del arquitecto catalán Óscar Tusquets Blanca explora el tema de la bajada en el subsuelo, 40 metros por debajo de una de las calles más concurridas del centro. El paso debajo del nivel del mar se refleja en un cambio del color de las paredes, que gradualmente esfuman de las tonalidades amarillas del tufo al azul del agua, cada vez más intenso.

Al bajar las escaleras mecánicas hacia los andenes, los ojos de los pasajeros se fijan hacia arriba, en el cráter de luz. El resplandor de la calle penetra desde el vértice del cono y se refleja entre las pequeñas baldosas azules y blancas que revisten su interior. Un señor mayor que baja con la mano apoyada en el borde de la escalera empieza a cantar en voz alta una canción tradicional napolitana a medida que se sumerge en un entorno cada vez más azul, mientras avanza hacia un pasillo rodeado por olas, que se mueven por un efecto óptico en sincronía con sus pasos. Los colores vuelven a atenuarse al aproximarse a la salida Montecalvario, en el corazón de los barrios españoles.

La riqueza arqueológica de Nápoles invade también el fondo del mar. El Parque Sumergido de Gaiola enmarca vestigios de época romana en la reserva marina de la costa de Posillipo. La pequeña playa de Gaiola solo se puede alcanzar a pie, con un paseo de unos veinte minutos desde a carretera. Una excursión en un barco con el fondo transparente permitirá ver restos de puertos, mosaicos y construcciones para la crianza de pescado. Los historiadores revelan que el pérfido aristocrático romano Publio Vedio Pollione (siglo I a.C.) solía echar aquí los esclavos más despistados, para que los comieran las morenas. Las columnas de burbujas que salen del suelo recuerdan al viajero que se encuentra en una zona de intensa actividad volcánica.


Solidaridad a golpes de tenedor 

En la película L’Oro di Napoli, Sofia Loren afirma: “Hoy se come y no se paga”. Y lo que dice la musa del cine napolitano, va a misa. En algunos establecimientos de la ciudad, estas siete palabras se siguen al pie de letra. El céntrico Gran Caffè Gambrinus, en una esquina de piazza Plebiscito, muy cerca de la Galleria Umberto I, del teatro San Carlo y del Palacio Real, es uno de ellos. Una cafetera gigante de color cobre aguarda al lado de la caja. Unos carteles en varios idiomas, del ruso al napolitano, explican cuál es su función. “El café pendiente nace en los años cincuenta, cuando había bastante pobreza y muchas personas no podían permitirse el lujo de beber el café en un bar. Desde entonces, los que contaban con esa posibilidad dejaban una taza pagada para los que no tenían dinero”, resume el encargado de sala Gennaro Ponziani mientras sirve un helado a una turista rubia. “El que quiera apuntarse, firma el ticket y lo deja en la máquina del café de cobre, para que otra persona pueda cogerlo y utilizarlo”. Cada día se sirven entre 1.500-2.000 cafés en este bar. De ellos, unos veinte pendientes. Su precio, un euro, sigue inmutado desde hace años.

El concepto de solidaridad culinaria ha ido más allá del café. El joven titular de la pizzeria Da Concettina ai Tre Santi, Ciro Oliva, se sienta debajo de una estantería fastuosa, donde se encuentra un belén. Con un grito y sin moverse del horno a leña, el camarero pide un café al bar del lado opuesto de la calle. En esta ciudad, parece inconcebible sentarse a hablar con alguien sin una taza de espresso de por medio. Una pizarra colocada en la entrada lleva la cuenta de las pizzas pendientes que los clientes han pagado para los menos afortunados. En este momento, hay 109. “Cada día se ofrecen cinco o seis pizzas y es bonito ver que hay alguien que se moviliza para los demás”, explica Oliva. “Nadie tiene que renunciar a este plato. Mi madre me dio la inspiración, ya que solía repartir comida entre las personas sin hogar del barrio”.

La pizza no se come necesariamente sentados. La masa fina que se prepara en Nápoles permite que se doble en cuatro y se coma andando por las calles. Otra solución consiste en optar por la pizza frita, como la que prepara Adde’ Figliole, en el barrio de Forcella. Comer en la mesa o pedir para llevar puede marcar una diferencia importante para algunos clientes. Si una pizza frita para consumir en el local cuesta alrededor de los cinco euros, las personas con menos recursos cuentan con la posibilidad de regatear y llevarse un plato humeante a casa por unos 2 euros.

Franco Abetino, uno de los gestores de la pizzeria, nació en el barrio. “Trabajamos así para que todos puedan comer, los que pueden gastar y los que no”, cuenta mientras sumerge una pizza rellena de escarolas, aceitunas, queso provola y anchoas en el aceite hirviendo.“Nápoles es una ciudad muy compleja, con muchas facetas. Hay cosas buenas y otras que no, pero estamos enamorados y nos gusta así”.

(http://masmag.es/napoles-capital-del-mediterraneo/)

Diseño en Nápoles: de la hojalata al café

“El desafío de la nueva inocencia. Es el sentimiento que predomina cuando se callejea por el centro histórico de Nápoles en busca de viejas y nuevas formas de arquitectura y diseño de la ciudad, hoy más necesitada que nunca de reafirmar el fuerte vínculo con la artesanía y la simplificación de las formas.

Para explicar la Nápoles actual, sugiero empezar el recorrido con la visita del estudio/taller del arquitecto Riccardo Dalisi, obviamente tomando cita previamente. Es realmente curioso dejarse cautivar por alguien que trabaja desde siempre con materiales pobres, reciclados y con desechos en una ciudad que, en estos últimos años, justamente se ha visto atormentada por el problema de la eliminación de los residuos. Materiales pobres como el papel maché, la madera abandonada, el hierro basto, la hojalata y el cobre para un diseño ultra paupérrimo que narra el decrecimiento y la sostenibilidad, temas prevalentes en el contexto sociocultural en el que vivimos. Riccardo Dalisi ha dado vida a talleres de calle, involucrando a niños y jóvenes en un “proyecto participativo” y de estos callejones nace la nueva fisonomía de Nápoles: un puente suspendido entre África y Europa, una ciudad por la que se debe pasar, tanto para ir hacia el norte como para ir hacia el sur y que expresa de forma completa un nuevo contexto geocultural.

Concepto reafirmado en el metro de Nápoles, que ofrece un auténtico “tour” de arquitectura y arte. La más reciente, abierta el año pasado, la estación Università de la línea 1, lleva la firma del arquitecto Karim Rashid. En su interior, los espacios transmiten ideas de comunicación simultánea, innovación, movilidad. Diseño curvilíneo y sistema lenticular H3D. Salvator Rosa y Mater Dei han sido proyectadas por el estudio Mendini. El proyecto de esta última estación ha reformado también la plaza que tiene encima, Scipione Ammirato, transformándola en isla peatonal y enriqueciéndola con una nueva decoración urbana, que incluye la escultura Carpe Diem o los relieves de cerámica que revisten el ascensor exterior. La arquitecta Gae Aulenti firma las estaciones Museo y Piazza Dante. El proyecto de esta última ha implicado también la reordenación urbanística de la plaza homónima respetando plenamente la estructura del siglo XVII, mientras que en el interior del metro se pueden ver obras de Joseph Kosuth, Jannis Kounellis y Michelangelo Pistoletto, en concreto su obra Intermediterraneo.

Justamente saliendo de la estación de piazza Dante, caminando unos minutos se llega a tres diferentes hoteles, cada uno de los cuales posee su propia identidad. En via Correro 241 está el primer Art Hotel napolitano, el Hotel Correra 241, realizado a partir de la recuperación de una antigua industria. Adosado a un banco de toba del que parte un antiguo acueducto grecorromano, el auténtico protagonista es su interior, saturado de colores brillantes.

Para quien prefiera una arquitectura y un diseño gráfico más puros, el lugar ideal es el Hotel Piazza Bellini. El proyecto lleva la firma del estudio de arquitectura OD'A de Nápoles, al cual se añaden las divertidas ilustraciones en papel y en las paredes de Alessandro Cocchia. Es muy bella la mezcla de la decoración contemporánea de diseño en el interior de un palacio noble del siglo XVI.

La última sugerencia es el Albergo Costantinopoli 104 curiosamente adyacente al hotel Piazza Bellini. Son las sorpresas de una ciudad cautivadora como Nápoles, que en este caso ofrece al huésped la posibilidad de hospedarse en una villa de finales del siglo XX a la que se accede por un portal muy pequeño tras el cual se encuentra un jardín escondido dotado de una mini piscina.

¿Y la comida? El centro histórico de Nápoles ofrece numerosas freidurías auténticas y pastelerías entre las cuales destaco Scaturchio en piazza San Domenico Maggiore que, desde 1905, ofrece a sus clientes deliciosos babás y otros dulces tradicionales napolitanos. Un lugar especial en el que cenar es la Stanza del Gusto, una “estancia” creativa llena de objetos de diseño y absolutamente en línea con el “gusto” del menú. Se proponen platos y sabores de la tradición campana, todos en el kilómetro cero.

Y para ser coherentes con un itinerario dedicado a los que respetan los recursos y los reutilizan, destaco, aunque esté fuera del centro histórico, el spazio Amaltea, en el interior del cual se crean flores y objetos de diseño que son una síntesis entre la tradición floral napolitana y la innovación de los materiales. Los trabajos se realizan mediante el uso de 1.600 moldes, troqueles y pequeñas balanzas del siglo pasado. Se venden también exquisitas creaciones de jóvenes arquitectos y diseñadores napolitanos que trabajan con la cerámica di Capodimonte.

Para completar el itinerario es obligatoria una visita al Museo Plart, centro de investigación dedicado al diseño del plástico, que ha intuido el valor museístico del plástico y no lo ve únicamente como el residuo que inunda la ciudad.

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